jueves, 4 de agosto de 2011

En el Desierto

El desierto se extendía frente a ti extenso y silencioso, iluminado suave y ligeramente por la luna... El aire frío pasaba a través de todas las concavidades, de todas las galerías de tu cuerpo y daba a la atmósfera un carácter privilegiado para ti…llevabas muchos días esperando este momento. No te sentías con deseos de hablar ni de escuchar, solamente querías mirar, perderte en la inmensidad
Sólo quedaba esa sombra entre tus manos, esa sombra que un día fue dueña de algo o alguien que llegó a camuflarse en el cielo de detrás de tus ventanas…entonces cerrastes los ojos inspiraste profundamente y volviste a sentir esa presencia de calor, de brisa, de anhelo, de sueño y risa que disipaba las cenizas de tu incendio consumido
Sentada en la duna más alta, tu cabello como una extensa nube de humo no tenía reglas que le impidieran la libertad absoluta. Pero tu pecho… rugía. Dentro, un campo de batalla ensangrentado y mugriento se extendía hasta confines inexplicables… era la batalla de dos almas, sedientas de oxígeno, por desprenderse del anhelo que los unía. Una ardiente infatigable que con garras de acero se aferra y defiende lo terreno; la otra a lo impalpable aspira, a destruir las nieblas de lo terrestre, a alzar el vuelo buscando reinos afines a ella y donde toda cicatriz es visto como una muestra de aprendizaje y valía y no como un castigo inacabado
En su último suspiro la segunda alma grito: - Devuélveme el impulso sin mesura, la dicha dolorosa en lo profundo, la fuerza de odio y volar, y el poder de la felicidad
Y en ese instante tu pecho…ya no sentía esa tormenta que hacía que te tambalearas perdiendo el equilibrio, sentiste el caballo liberado y desbocado por las ansias de libertad. La ultima alma había ganado, lo terreno se desprendió de ti, se lo llevó el viento, como cualquier escrito en la arena, pero sin dejar ninguna estela. Olvidaste edificios, ruidos atronadores, masijos de cable metal y hormigón.
Entonces te sentiste como ese manantial entre rocas y sauces, insomne sin embarcadero alguno que impida tu plenitud y paz. Te sentiste inmóvil y paciente con toda la vida que en ti albergaba
Pero la mejor sensación era la confianza que saboreabas sobre ti misma, sobre la libertad, sobre la paciencia sobre el odio y la rabia que sentías…
estabas confiada en que una tarde se acerque y se mire, y se mire al mirarte

Estaba sentada con las rodillas encogidas hasta la barbilla mirando en calma sobre ellas hacia el amplio desierto...

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